La vida de Ren
Hola,
me llamo Ren, Ren Mako. Mi nombre parece oriental pero soy española. Mi padre sí
que era Japonés y de ahí mi nombre y apellido. Tengo 20 años y un trabajo bien
pagado, un trabajo muy poco común…
Me
llamo Ren, Ren Mako. Tengo 20 años y soy una asesina. Os sorprenderíais si
supieseis la cantidad de gente que está dispuesta a pagar un buen fajo de
billetes por asesinar a su peor enemigo, a alguien que se interpone en su
camino o incluso a su mujer o a su marido.
Como
ya os he dicho es un trabajo bien pagado así que no tengo problemas económicos.
Tampoco tengo problemas familiares por culpa de mi trabajo, ya que toda mi
familia está muerta. Mi padre era un científico famoso, doctor en Medicina, que
había venido una temporada a España y se había enamorado de mi madre, también
médico. Teníamos una gran finca a las afueras de Madrid. Yo tenía 15 años y
vivíamos felices hasta que ocurrió la tragedia.
Me
acuerdo perfectamente. Habían venido mis tíos y mis abuelos a pasar una dulce
velada familiar. Hablaban de temas de medicina, como casi siempre hacían padres.
Era muy aburrido, así que yo subí a mi cuarto.
Allí estaba, leyendo, cuando oí el disparo y el grito. Reconocí quién
gritaba nada más oírlo, era mi madre. Bajé corriendo las escaleras y al llegar
abajo me encontré con una escena que nunca olvidaré: mi tío estaba en el suelo
rodeado por un charco de sangre, mi tía estaba de pie a su lado con cara de
auténtico terror mientras que mi padre forcejeaba con un hombre que llevaba una
pistola en la mano. Mi madre estaba en la puerta mirando la lucha con cara de
espanto y mis abuelos se sentaban abrazados el uno al otro en una esquina del
salón. Entonces ocurrió lo que me temía. El hombre golpeó a mi padre con la
pistola en la cabeza hasta dejarlo K.O y acto seguido le disparó. Después se
giró y disparó a mi madre, luego a mi tía y por último a mis abuelos. Lo hizo a
tal velocidad que no me dio tiempo a reaccionar, ni siquiera a gritar el nombre
de mi madre para avisarla. Después se acercó a mí. Pensé que mi vida iba a acabar en ese mismo
instante, pero en cambio aquel hombre bajó el arma y se acercó a mí y me susurró:
“Aun no están muertos, ninguno de ellos, quiero que sufran… como he sufrido yo
por su culpa. Pero a ti no te mataré. Sé que tarde o temprano acabaras viniendo
a mí”. Se separó de mi y se dirigió hacia la puerta, pero justo antes de salir
dijo: “Si quieres encontrarme ven a mi mundo” y se marchó. Llamé a la policía y
a una ambulancia, pero llegaron
demasiado tarde. Toda mi familia estaba muerta.
Me
llevaron a un centro de acogida para menores con traumas. Después de tres meses
allí el psicólogo decidió que lo que yo necesitaba era una nueva familia. Pero
estaba muy equivocado, porque lo que yo necesitaba era saciar mi sed de
venganza. Aun así no me quejé cuando me asignaron una nueva familia. Era la
forma de salir de allí. Y ellos eran majos, me trataban muy bien. Me dejaban
salir por ahí cuando yo quería, usar el ordenador para lo que fuese y tener
libertad… fue un gran error por su parte. Comencé a buscar información en
internet sobre la persona que había matado a mi familia pero no encontré nada
útil. Empecé a desesperarme y cuando ya pensaba que nunca podría cobrarme mi
venganza recordé lo que el hombre me había dicho “Si quieres encontrarme ven a
mi mundo”. Entonces lo vi claro. Ese hombre me había pedido que me fuese al
mundo del crimen … y eso fue lo que hice.
Empecé
por fugarme de casa con algo de dinero que ‘tomé prestado’, luego busqué donde
dormir. Necesitaba olvidar mis preocupaciones así que lamentablemente en el bar
del motel me emborraché por primera vez en mi vida. A la mañana siguiente me
encontré en mi habitación y minutos más tarde entró un señor de unos 40 años y
me preguntó:
- ¿Te
acuerdas de lo que me dijiste ayer?
- No
te conozco, así que no creo que hablase contigo.
- Me
contaste tu historia y me suplicaste que te ayudara a entrar en el mundo del
crimen. Yo acepté porque me estoy haciendo viejo y quiero transmitirle mi
sabiduría a alguien.
-
Eso no puede ser, ¿cómo iba yo a saber que tú eras un delincuente?
-
Estabas borracha. Los borrachos no saben nada, pero intuyen todo. Igualmente,
estoy aquí para ayudarte así que prepárate. Te espero en el bar. A propósito,
me llamo Juan.
Diez
minutos más tarde bajé al bar para encontrarme con el que a partir de ese
momento sería mi maestro. Me explicó que lo primero que tenía que hacer era
encontrar un sitio donde alojarme temporalmente pero a la vez poder contactar
con mis clientes. Además tenía que encontrar un arma para poder defenderme de
la policía o cometer un asesinato en caso de que eso fuese lo que se me
encargara. Me llevó a una parte de la ciudad llamada El Mercado Negro. Se decía
que allí podías encontrar cualquier arma, objeto ilegal o persona dispuesta a
cometer un crimen. Había oído cosas horribles sobre ese lugar. Aun así fui porque
tenía claro mi objetivo.
Mi
maestro me llevó hasta una tienda en la que ponía: “La Armería, las mejores
armas al mejor precio”. Allí fue donde compre mi primer y único cuchillo, un KA-BAR,
que todavía utilizo para mis crímenes. Después mi maestro me llevó hasta la
puerta de una taberna llamada “El hombre muerto”. Me explicó que allí era donde
iba cualquier persona que necesitase contratar a un criminal. Por último me acompañó
hasta el motel y me dijo que descansará porque al día siguiente teníamos mucho
que hacer.
A la
mañana siguiente me desperté temprano y salí a la calle en busca de mi maestro.
Lo encontré dormido en la taberna del día anterior. El camarero me dijo que se
había emborrachado y nadie había podido moverle de ese sitio. Conseguí
despertarle después de echarle un vaso de agua fría en la cabeza pero a él no
le hizo ninguna gracia y me dijo que me fuese a dar una vuelta por ahí antes de
que perdiese los nervios y me acuchillase. En ese paseo, por casualidad, me
encontré al que sería mi primer cliente. Se llamaba Víctor Hernández y estaba
desesperado porque no tenía casi dinero y nadie quería ayudarle por lo poco que
pagaba. Me explicó su problema: estaba en la ruina y su padre, aun siendo un
rico empresario, no le daba ni un céntimo de su dinero por eso necesitaba que
alguien lo asesinase, para poder tener su herencia y así salir de la pobreza.
Le dije que le ayudaría. Acto seguido fui corriendo a la taberna y le conté lo
que había pasado a mi maestro, que sonrió contento.
Tras
conseguir más información de mi cliente, los siguientes días los pasé
aprendiendo de mi maestro como conocer más a la víctima. Lo seguimos a todos
lados y memoricé lo que hacía. Días más tarde mi maestro por fin decidió que
estaba lista, así que le pedí a Víctor un plano de la casa de su padre e ideé
un plan. Entraría por la puerta de atrás y lo mataría de una apuñalada en el
corazón. Luego para asegurarme de que estaba muerto lo remataria 15 veces, una
por cada año que tenía yo el día de mi tragedia. Así fue como lo hice y salió
bien. No sentí nada especial salvo una sensación de triunfo. Víctor se hizo
rico y me pagó bien por mis servicios, tan bien que me pude comprarme una casa
en El Mercado Negro.
Después
de eso comencé a tener más encargos. Había de todo: asesinatos, robos,
chantajes y alguno que otro me pedía que asustase a alguien para que le dejaran
en paz. Así pasaron los siguientes cinco años de mi vida, hasta hoy. Siempre
cometiendo crímenes y en los asesinatos siempre apuñalando 15 veces para no
olvidar lo que estaba haciendo allí. La policía no me pilló nunca.
Mi
maestro me abandonó después de llevar un año ayudándome. No le volví a ver.
Cada
vez era más conocida en El Mercado Negro y pronto todos quisieron ayudarme
siendo mis asistentes o mis espías. Esto era lo que yo había buscado desde el
principio, ya que así podría conseguir información sobre el asesino de mi
familia.
Ya
sabía que su nombre era Alberto Ramírez y que se hacía llamar “Espidi” por su
rapidez y destreza con las pistolas. Sería “speedy” si en este sitio alguien
tuviera un buen inglés.
Solo
me faltaba averiguar su paradero. Lo averigüé días después, cuando uno de mis
espías consiguió ponerle un localizador en la capucha. Desde entonces empecé a
seguirlo a todos los lados y memoricé lo que hacía en cada momento del día,
como con todas mis victimas. Dos días más tarde decidí que no podía aguantar
más, así que me encamine hacia su casa con el cuchillo entre la ropa, dispuesta
a matarlo en cuanto se pusiera delante de mí. No iba a acabar con él como una
víctima más. Sufriría una muerte lenta y dolorosa como la que él provocó a mi
familia.
Por
un lado quería matarlo de frente, viendo la cara que ponía. Pero por otro
quería hablar con él. Necesitaba saber por qué asesinó a mi familia, por qué la
mía y no cualquier otra en el mundo.
Cuando
salí de mis pensamientos me di cuenta de que ya había llegado. Entré
silenciosamente en la casa y vi que todas las luces estaban apagadas excepto la
de un pequeño estudio. Me acerqué despacio, con el cuchillo en la mano, por si
acaso. Me asomé. Le vi sentado de espaldas a mí.
“Te
estaba esperando”, dijo y acto seguido se giró. Sí, era la persona que me
destrozó la vida a los quince años, aunque ahora tenía una cicatriz que le
atravesaba el ojo. “Veo que te gusta mi cicatriz. Una marca que me hizo tu
maestro antes de morir y, claro está, darme toda la información que necesitaba.
Llevo siguiéndote desde que entraste en este mundo. Te perdí de vista un año
entero gracias a tu maestro, aunque eso le costó la vida”.
En
unos segundos había conseguido enfurecerme. No sólo había matado a mi familia
sino que también había asesinado al único amigo que había tenido después de
aquello. Quería matarlo, pero aun no debía. Me concentré en relajar la voz y
pregunté: “¿Por qué mataste a mi familia?”
Tras
un largo silencio empezó a hablar lentamente: “Ya te dije que tus padres me
habían causado un gran sufrimiento… Mi querida Anita fue objeto de los
experimentos de esos doctores de pacotilla. Se creían dioses capaces de curar
el cáncer con nuevos tratamientos y lo único que hicieron fue acabar con ella.
Mi hija sufrió y yo sufrí más. Ella era lo único que me quedaba en este mundo,
porque la maldita enfermedad había acabado antes con su madre”.
Yo
sabía que mis padres trabajaban en el cáncer, con tratamientos nuevos, pero no
había oído que experimentasen sobre personas. Antes de que pudiese reaccionar,
él volvió a hablar: “Venías a matarme, ¿no? Pues hazlo ya. Estoy cansado”.
Ahora
yo estaba confusa. La historia de su hija me había descolocado, porque se
parecía algo a la mía. Entendía lo que era perder a sus seres queridos. No
sabía qué hacer. Con la tensión, la mano que sostenía el cuchillo me empezó a
temblar y pareció darse cuenta.
“¿Qué
te pasa?”, me dijo,”¿Tienes miedo?” Sin darme
tiempo a contestar continuó: “Llevo esperándote mucho tiempo. Ahora eres tú la
que debe cumplir su papel en esta historia” No sabía qué hacer. Toda la fuerza
y valentía que tenía al entrar habían desaparecido sin dejar rastro. A duras
penas contesté: “No puedo hacerlo, no después
de lo que me has contado”. Él reacciono de una manera que no me esperaba. Su
sonrisa se volvió la de un loco y se empezó a reír. “JAJAJAJA, LO SABIA, SABIA
QUE NO PODRÍAS”. Con gran rapidez me arrebató el cuchillo y sin darme tiempo a
reaccionar se lo clavó a sí mismo en el pecho. “Ya puedes vivir en paz, Ren
Mako, ya has limpiado tu corazón”. Esas fueron sus últimas palabras.
Pasé
mirando el cadáver bastante tiempo hasta que decidí hacer algo. Pensé: “Ya
está, ya está muerto. He cumplido mi objetivo, ¿pero a que precio? Debería
estar contenta, pero no puedo. ¿Cuánta gente ha tenido que morir solo para que
yo obtuviese mi venganza? Demasiada. Demasiados inocentes. ¿Merezco morir yo
también? Es fácil, tengo un cuchillo…”
Pero
decidí que antes de hacer algo irremediable debía ir al lugar donde empezó
todo. Tenía que descubrir si lo que me había dicho Alberto era verdad o no. Si
había dicho la verdad, en mi casa habría algunos archivos con las
investigaciones de mis padres.
La
casa estaba cerrada y vacía, porque es casi imposible vender una casa en la que
ha ocurrido un homicidio como aquel. Forcé la puerta y entré. Encendí la
linterna y pude ver que a pesar de la suciedad todo seguía más o menos como la
última vez que había estado allí. Subí hasta la habitación de mis padres y
empecé a rebuscar en cajones y armarios.
Y
los encontré. Mis temores se hicieron realidad. En una caja había un montón de
archivos sobre las investigaciones contra el cáncer. Por primera vez en los
últimos cinco años empecé a llorar. Ya no sabía qué hacer. Mi vida no tenía
sentido y consideré de nuevo la idea de suicidarme. Pero me di cuenta de que no,
no podía morir, no después de haber superado tantas cosas en mi vida. Debía
superar esto también. Por mi familia, por mi maestro y por mí misma. Entonces
tomé una decisión más. La más importante de mi vida. Decidí que había
destrozado demasiadas vidas y que necesitaba hacer algo para compensarlo. Así fue como me hice científica. Tres años
después del comienzo de esta carta estoy en plena investigación de la cura
contra el cáncer, continuando los esfuerzos de mis padres. No usaré vidas humanas
en mis experimentos, al menos hasta que la cura sea perfecta.
Quizá
ahora debería volver a empezar esta carta: Hola, Me llamo Ren, Ren Mako. Tengo
23 años y soy científica.
Me gusta como escribes, pero el tema me da repelus!!!
ResponderEliminarHa mejorado mucho con el final
EliminarSara está muy bien, mucho mejor que el mío espero que termines pronto.
ResponderEliminarPor cierto creo que voy a escribir otro relato por que no puedo alargar más el que leiste :(.
Un Saludo
Casilda
Gracias, Casilda. A mí me gustaba tu relato. ¿Has revisado el tipo de letra, los márgenes y el interlineado? Quizá puedas llegar al mínimo de 6 páginas.
EliminarHola Sara, no sabia que tenias tanta imaginación. Espero que el próximo me haga sonreír un poco, porque este se me ha encogido el corazón, pero el final es muy bueno.
ResponderEliminarFelicidades escribes muy bien para tu edad.
Un beso. Tu abuela Juli
¿Para cuándo el próximo relato?
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